Aunque parezca mentira, en plena revolución digital, el tiempo continúa siendo uno de los principales criterios de medida del trabajo. Quizás es una reminiscencia de la primera revolución industrial, cuando los operarios debían permanecer en las fábricas realizando trabajos manuales repetitivos. Si no estaban, no producían, sino producían, no existían.
Hoy en día, en la mayoría de ámbitos laborales, el cerebro tiene más importancia que las manos. Ya es muy difícil medir la eficacia de nuestro trabajo en términos de tiempo. Caminamos hacia organizaciones totalmente orientadas a resultados. No importa cuando trabajas, no importa donde trabajas, no importa cómo trabajas. Tan solo es relevante que consigas los objetivos (o que realices las tareas que tienes encomendadas, si prefieres verlo así). Y como que cada vez esos objetivos o tareas no dependen sólo de tí, es más necesario que nunca hacerlo de forma colaborativa. Sin que se pierda el componente social del trabajo.
Un ladrón llamado tiempo
Cuando en plena era digital una empresa continúa manteniendo el factor tiempo como medida del trabajo bien hecho, está conduciendo a sus personas trabajadoras hacia el presentismo. Quién no ha escuchado, ante una promoción de un compañero, algo así como: No se puede negar que Pedro es muy trabajador, le ha echado muchas horas. Tras esa frase se esconde una percepción aún muy frecuente en algunas organizaciones. Importa tanto el ‘estar’ como el ‘hacer’. Por contra, seguro que también hemos vivido la historia de Ana, una eficaz colaboradora que prefiere trabajar mientras sus hijos hacen sus tareas escolares por la tarde, y también después de cenar. Se la ve poco por la oficina, y jamás ha solicitado una reunión a su jefe sólo para tener media hora en un cara a cara con él. Ana siempre consigue los objetivos que le marcan, pero no ‘está’ presente en los momentos que generan confianza a los ojos de sus managers. Pero su productividad no se ve recompensada a la hora de la promoción.
Cinco pasos que llevarán a tu organización a otro nivel.
Para luchar contra la lacra del presentismo debes conseguir implantar una cultura de empresa en la que el factor ‘resultado del trabajo’ venza al factor ‘tiempo que necesitas para conseguirlo’. A continuación te voy a dar cinco consejos para conseguirlo. Puedes pensar que son muy disruptivos, no te preocupes, seguro que puedes encontrar la forma de adaptarlos a tu organización.
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Incorpora una política de ‘trabaja donde quieras’.
Piensa que damos por hecho que el trabajo sucede en determinados sitios, a ciertas horas y con ciertos tipos de personas. Pero no es así. Las ideas no necesariamente llegan en el horario de oficina. Cada vez más, las capacidades cognitivas se acrecientan cuando practicas tu deporte favorito, mientras ves una serie en Netflix o estás acompañando a tus hijos a la escuela. El entorno laboral digital es cada vez más líquido y menos sólido. Y no es nada nuevo. Muchas de las empresas que lideran los mercados y la capitalización bursátil (Apple, Google, Microsoft, etc.) nacieron en pequeños garajes, en espacios alejados de los caros y elegantes edificios corporativos. Si la empresa de la era digital no es capaz de reconocerlo, va a desperdiciar el talento de sus mejores personas.
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Reconoce a la gente por el ‘hacer’, no por el ‘estar’.
No dudes en incorporar un modelo de promoción que no tenga en cuenta la presencia física. Uno de los problemas de la valoración del desempeño es el denominado ‘efecto halo’. Se produce cuando inconscientemente realizamos una generalización errónea a partir de una sola cualidad de un objeto o de una persona. Para poder objetivar la valoración de un candidato a la promoción debes contar con datos más que con percepciones. Además, es muy conveniente que esa valoración no se realice sólo por una persona, su jefe. Todas las empresas deberían socializar esa decisión. Cuando la valoración se realiza por personas que no ‘conviven’ laboralmente por el candidato, el valor cuantitativo de esa convivencia pierde peso.
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Capacita a tu gente para que gestione el tiempo eficientemente.
No se trata de una contradicción. Para evitar el presentismo tienes que darle al tiempo el valor que tiene, no como unidad de medida sino como elemento de auto-organización. Estamos ante un bien escaso. Si eliminamos de la ecuación el tiempo inactivo (el que destinamos al sueño, pongamos 6 horas), nos deberían quedar un total de 16 horas de tiempo activo. Pero no todas tienen el mismo valor. Hay un porcentaje de esas (pongamos una cuarta parte, 4) que se destinan a obligaciones que no generan valor por sí mismas. Hablamos de vestirse, desayunar, ir al baño, transportarse al trabajo, etc.. Nos quedan 12 horas, como máximo, y las hemos de dividir entre nuestra vida profesional y nuestra vida personal. El problema es que la tecnología ha difuminado las barreras entre vida personal y profesional. Ahora, esas 12 horas deben dividirse entre tiempo reactivo (el que no depende de tí, como asistir a reuniones o acompañar a tus hijos al médico) y proactivo (aquel cuyo uso depende de tí, ya sea para trabajar en un proyecto profesional o en organizar una salida en bicicleta con los amigos). Pues bien, se trata de maximizar ese tiempo proactivo. Para ello, es importante que establezcas protocolos de decisión eficientes y que formes a tu gente para un uso racional del tiempo.
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Incorpora el valor del ejemplo.
En una organización presentista, la cultura de la presencia fija la marca el tiempo que los directivos ‘están’ en la oficina. El problema de esos comportamientos es que generan ineficiencia y tienden a mantenerse en el tiempo. Porque tendemos a repicar lo que hicieron los que nos precedieron (‘si a ellos le fue bien, a mi me irá bien’). El problema es que los tiempos han cambiado. Las nuevas generaciones han roto con los valores tradicionales de trabajo duro para una única empresa como vía para conseguir un buen retiro. Hoy por hoy, la batalla por el talento exige que los valores de nuestra organización se adapten a los valores de las generaciones que vienen.
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Procura que las decisiones se tomen en el nivel más bajo posible de la organización.
Es algo más que delegar. Se trata de saber qué debe delegarse y cómo. Yo divido las actividades laborales en dos grupos: las repetitivas (a su vez divididas en necesarias e innecesarias) y las pensantes (a su vez divididas en creativas y no creativas). Pues bien; las actividades repetitivas innecesarias deben eliminarse (delegarlas es prolongar la ineficiencia). Las repetitivas necesarias deben automatizarse (han de pasar a ser realizadas por máquinas). Las pensantes no creativas deben delegarse. Y las pensantes creativas son indelegables, deben quedar en los niveles más altos de la empresa.
Presentismo y mentiras corporativas
Por último, ten en cuenta que una cultura de presentismo genera personas trabajadoras mentirosas. Sí, lo has leído bien, mentirosas. No tengas ninguna duda de que hasta un trabajador eficiente que trabaje en un ambiente laboral controlado por el tiempo, puede llegar a mentir para para no sentirse juzgado por el retraso. El reloj distorsiona el compromiso. No puedes estar motivado para resolver los problemas de tu organización con compromiso y autenticidad, si sientes que, incluso cuando lo haces bien, vas a ser juzgado únicamente por la cantidad de tiempo que has invertido en ello.