Otro mundo es posible: pero depende de nosotros 

Solo hay que asomarse a la ventana del mundo, para ser conscientes que vivimos en una época llena de conflictos, tensiones y pérdida de valores.

El gran economista, y además profesor de ética, Adam Smith, hace tres siglos, ya dijo que la sociedad estaba formada principalmente por seres egoístas y que esto nunca se podría cambiar. La primera parte de la afirmación puede ser cierta, pero en absoluto la segunda y hay incontables ejemplos de esto.

Los resultados de la cooperación

La corriente darwinista, también nos ha enseñado que solo sobreviven los más fuertes y los que mejor se adaptan a las circunstancias, pero la historia nos ha enseñado, que si el ser humano ha llegado a sobrevivir y estar en la cima de la cadena de las especies, no es por haber sido el más fuerte, sino por haber sido capaz de colaborar con otros miembros de “su tribu”. La cooperación da mejores resultados que la competitividad sin límites.

Somos una sociedad capaz de realizar los actos más grandes de generosidad y altruismo y a su vez, los actos más brutales de egoísmo y maldad. Somos capaces de dar nuestra vida por un semejante y a la vez de quitársela. Crecen los conflictos armados sin fin y en cambio, no dejan de surgir ong’s y fundaciones en las que millones de personas colaboran de forma totalmente desinteresada.

Y nos encontramos con una curiosa paradoja: nos sentimos ciudadanos del mundo, nos preocupamos por personas que no forman parte de “nuestra tribu” ni son de nuestra familia y a la vez, caminamos hacia la individualización del ser. ¡Que contradicción!

Ligando la filosofía con la conducta ética de las empresas, la reflexión oportuna que merece hacerse es que, actuamos mal, a pesar de que, sabemos, por sentido común y por la ley natural, lo que debe y no debe hacerse. Lo que está bien y lo que no. La ética y moral son prácticamente coincidentes en las filosofías más respetadas a nivel universal, sin importar su origen y sus tintes distintos, y pretenden conducirnos por la senda de lo correcto.

La crisis económica que vivimos no es más que un síntoma de un proceso mucho más sutil y complejo. Se trataría de una crisis de conciencia y valores. Somos esclavos de nuestras propias miserias y de las necesidades “innecesarias” que nos hemos creado.

La psicología crea la economía

Cuando hablamos de crisis psicológica, es absolutamente cierto, ya que la psicología crea la economía.

El prestigioso profesor de economía de Harvard, John Kenneth Galbraith en su magnífica obra “La economía del fraude inocente”, ya avisaba hace ocho años, de que “medir el progreso social casi exclusivamente por el aumento del PIB, esto es, por el volumen de la producción, es un fraude, y no precisamente pequeño”. Es necesario ampliar los indicadores de desarrollo económico y riqueza, con otros que hablen de la calidad de vida, del bienestar físico y psicológico de las personas y, porque no, de la felicidad.

Creemos que una economía sana, es aquella que crece continuamente y todos sabemos que eso es imposible. Cuando hablamos de crisis, estamos simplemente hablando de “colapso de la economía especulativa”.

En el ámbito empresarial, han ido cobrando importancia, pero todavía mucho más en el ámbito teórico que en el práctico,  aspectos que van más allá de la mera generación de riqueza y que se fijan en la “moralidad” de las diferentes acciones que se llevan a cabo.

La economía no es independiente de la realidad social que la rodea, y es mucho más que dinero. En la actualidad en el mundo existe el suficiente dinero para acabar con el hambre en todo el planeta, y la pregunta es: ¿y porque no se hace?

¿Por qué no actuamos?

Si preguntáramos a todas las personas de nuestro planeta, si estarían de acuerdo con acabar con el hambre, difícilmente encontraríamos una sola persona que dijera que no, y entonces, ¿por qué no se hace?

Hablar de crisis, para miles de millones de personas que viven en la inmensa miseria, es paradójico e hiriente. Lo que para nuestra sociedad es crisis, para ellos sería el mejor de los mundos.

Existen unos “valores y principios universales”, que aunque puedan ser vividos y expresados de maneras diferentes en las distintas culturas, son comúnmente aceptados por todos.

No podemos estar permanentemente confiando en las acciones de nuestros gobernantes y aparentemente lideres, ya que solo hay que ver a qué situación nos han llevado sus decisiones. Es el momento en que cada persona tome aquellas decisiones que crea que son justas, éticas y responsables. Hay que volver a poner en primera fila, la conciencia social individual.

Debemos preocuparnos del impacto de nuestras acciones en la humanidad y en la naturaleza. Debemos recuperar el sentido común y la dignidad. No podemos destruir aquello que nos ha dado la vida. No existe alternativa y tenemos la obligación de dejar un planeta mejor que el que encontramos.

Para resolver los problemas del mundo, primero tenemos que resolver nuestras propias contradicciones. Las personas lo que seguimos es la ejemplaridad, no lo que decimos, sino como nos comportamos. Nuestros hijos e hijas, actuaran dependiendo de cómo nos hayan visto comportarnos. Debemos comprometernos con nosotros mismos.

Generosidad y Gratitud

Esta situación no la van a cambiar los mismos gobernantes y valores que la han generado. El cambiar esta situación, empezara por el cambio de cada uno de nosotros, por la coherencia entre nuestras palabras y actos. La importancia de dos de los comportamientos más poderosos y transformadores: generosidad y gratitud.

Han conseguido inocularnos el miedo como mecanismo de control. El miedo genera desconfianza en los otros, los vemos como posibles rivales, y lo peor de todo, genera desconfianza en nosotros mismos. Hay que remplazar el paradigma del miedo y el dolor, por una mirada más lúdica y creativa. Una cierta dosis de tensión es positiva, nos mantiene alertas, en cambio, el terror nos paraliza bloqueando todas las iniciativas y la creatividad. Es la muerte anunciada.

No confundamos nuestros objetivos con los resultados y no valoremos el “tener” por encima del “ser”.

En mi experiencia profesional, he visto personas jóvenes, sanas, hermosas y exitosas, con una actitud depresiva y autodestructiva impactante, donde tenían todo el placer del mundo a su disposición, y eran perfectamente desgraciados. Al revés, me he encontrado con personas que enfrentan graves y grandes dolores y vicisitudes, pero su actitud y disposición es la de una persona feliz y comprometida con la vida.

El contraste es paradójico y nos lleva a una reflexión: gran parte de la humanidad ha extraviado el camino de la felicidad, confundiendo esta con el placer, el dinero o el poder. Y no estamos diciendo que el placer, el dinero o el poder en sí sean negativos o malos, pero definitivamente, tal como se conciben hoy, no llevan a la felicidad. Como que la cultura actual, al desarraigar al hombre de la naturaleza y no estimularlo al desarrollo de su mundo interior, lo ha ido vaciando por dentro, haciéndolo un desconocido para sí mismo, sus semejantes y de las leyes inmutables de la madre naturaleza.

Autor: Marcos Urarte

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